La decisión de incorporarse al mercado de trabajo no es reciente para las mujeres. Tanto en Chile como en el mundo, se trata de una alternativa concreta que forma parte de la reivindicación de los derechos de la mujer. Se remonta a finales del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa, aunque solemos identificar la primera mitad del siglo XX como el período en que las mujeres empiezan a trabajar a cambio de un sueldo. Eso a raíz de las dos Guerras Mundiales, cuando no había mano de obra por la presencia de enormes cantidades de hombres en los frentes de batalla.
En Chile, las mujeres también pasan a trabajar en esos períodos, que coinciden con el fenómeno de urbanización e industrialización de ciudades como Santiago, Valparaíso y Concepción. Según el sitio web Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional de Chile, durante el inicio de la industrialización en el país, entre fines del siglo XIX y comienzo del XX, “el trabajo femenino, realizado tanto en establecimientos fabriles como en domicilio, empleó entre uno y dos tercios de las mujeres activas mayores de 12 años”.
Y según datos estadísticos citados por la misma publicación, “hacia 1907 las mujeres constituían casi un tercio de la población económicamente activa, conformando la mayor parte de la fuerza de trabajo de esas ramas económicas. Sin embargo, su salario no era ni la mitad de lo que ganaban los obreros en las dos primeras décadas del siglo XX”.
¿Trabajar o ser mamá?
Además de observar que la cuestión salarial es un desafío que todavía genera amplio debate y cuestionamientos, la evolución de las legítimas reivindicaciones femeninas en el ámbito laboral se ha diversificado.
Los cambios que ha experimentado la sociedad en diferentes aspectos, abrió una posibilidad de cambio donde las mujeres han tenido acceso a un nivel educacional que les permitió a su vez la posibilidad de convertirse en profesionales, introduciéndose al mercado laboral y comenzar a ocupar puestos que antes les eran impensados.
Atrás quedó el tiempo en que las mujeres estaban destinadas sólo a las tareas domésticas y de procreación. A la par de los hombres, son también capaces de trabajar y desempeñarse con éxito en ese aspecto.
Sin embargo, la dualidad de ser madre y trabajar aún tiene mucho camino por recorrer. Y ha abierto un desafío del cual la sociedad tiene que hacerse cargo y que se refiere a cómo lograr que las mujeres puedan compatibilizar dichos roles sin tener que sufrir discriminación o una evaluación social por eso.
Una discriminación real
Aunque la sociedad ha logrado avances significativos e instaló el debate sobre la maternidad y el trabajo femenino de manera permanente, la discriminación se mantiene.
Una reciente investigación realizada por Money Guru reveló que el 70% de los empleadores del Reino Unido sigue creyendo que las mujeres deben declarar su embarazo durante el proceso de reclutamiento. Además, el estudio indicó que 1 de cada 7 empleadores admite ser reacio a contratar a una mujer que puede tener hijos. Finalmente, el 24% de los empleadores cree que las mujeres deben trabajar para ellos durante al menos un año antes de tener hijos.
En contrapartida, estadísticas publicadas por la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos (EHRC, por sus siglas en inglés) revelaron en 2018 que el 36% de las madres jóvenes fueron consultadas en entrevistas de trabajo sobre cómo ser madre afectaría su capacidad para trabajar, algo que en realidad es ilegal hacer. Y casi la mitad (46%) de los empleadores siente que es razonable preguntar a las mujeres si tienen hijos pequeños durante el proceso de reclutamiento.
Más allá de cualquier argumento que apunte a factores que justifiquen el accionar de las empresas en este sentido, es innegable que el mundo aún continúa discriminando a las mujeres en el trabajo.
Una culpa que no es de las mujeres
Mientras la sociedad busca soluciones definitivas para las madres que trabajan, una investigación realizada por la socióloga Caitlyn Collins profundiza sobre la situación actual de las mujeres que buscan compatibilizar la relación entre el trabajo y la maternidad.
En el libro "Haciendo que la maternidad funcione: Cómo las mujeres manejan sus carreras y el cuidado de los hijos", Collins sostiene que las madres de EE.UU. reciben lo peor de las naciones industrializadas occidentales en lo que respecta al equilibrio entre la vida laboral y familiar porque carecen de apoyo cultural.
Según declaraciones de la socióloga a la revista Psicology Today, reproducidas por el diario USA Today, “las madres que trabajan quieren estar dedicadas tanto a su familia como a sus carreras, pero terminan luchando con los sentimientos de culpa y conflicto trabajo-familia".
La situación escala a tal punto que muchas mujeres, con tal de resolver la situación, deciden estudiar una nueva carrera o recurren a comprar productos que les permitan ser madres “más eficientes”, aunque finalmente el resultado tampoco es satisfactorio.
El estrés y la evaluación social al que se ven sometidas las madres llegan a niveles implacables. Sin embargo, Collins plantea que las madres estadounidenses deben dejar de pensar que el conflicto entre trabajar y ser madres es culpa suya. "Vivimos en una cultura en la que valoramos mucho el individualismo, y no pensamos en el colectivo", sostiene la socióloga.
Caitlyn Collins asegura que, contrariamente a la realidad, “es poderosa la cantidad de mujeres que ha internalizado la idea de que si se esforzaran más, no sería así”. Una situación similar ocurre en Chile, donde también existe conflicto y discriminación con relación al tema de la maternidad y cómo compatibilizar ese rol con el trabajo. Un debate que requiere vencer estigmas, prejuicios y acciones concretas para que el rol de la mujer en la sociedad sea visto y consagrado en toda su dimensión.
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